Relato Choiquenet
Petrona Maria Cuya, nació en Aguada de Guerra, en el año 1934. Allí, pasó su niñez y parte de su adolescencia que la marcarían para siempre.
Creció entre cerros, los chivitos, el aire puro, rodeada de gente sencilla, dónde todos se conocen y todos son un poco familia.
A los 13 años, por circunstancias que son frecuentes en la región sur de Rio Negro, debió salir a buscar mejores condiciones de vida, nuevas oportunidades de trabajo. El destino quiso que sea Carmen de Patagones.
A los 17 años, se quedó embarazada de su primera hija, Antolina Cuya. Por ello, decidió volver a su pueblo natal. Quién sabe, tal vez buscando la protección de los afectos, de la tierra que la vio nacer.
Sin embargo, la vida en los parajes no es fácil. Cuesta sostener una familia con lo poco que se genera de la pequeña ganadería. Este contexto hizo que Petrona, regresara a su segundo hogar, Patagones.
En la cuidad maragata encontró trabajo como empleada doméstica, con una familia “acomodada”, dónde estrecharía vínculos afectivos por más de 40 años.
Logró conformar su familia con un buen hombre de la zona de apellido Guerrero. Producto de ese amor, nacieron dos niños: Jorge Luis y Atilio Irineo. Juntos, echaron raíces en el popular barrio “Villa Linch”, estableciendo lazos afectivos con gran parte de la comunidad, dónde por cierto hay un significativo porcentaje de familias de la región sur.
No obstante, la libertad que impulsa el viento, los abrazos eternos de los cerros, hicieron que Petrona anclara su vida en el paraje sureño. Por eso, todos los años asistía a pasar las fiestas navideñas y año nuevo. También, en invierno se tomaba una semana para ir a renovar su espíritu.
Pero como todo ciclo de vida, llegó el momento de partida. Y es así que, una tarde de verano en Patagones, ella lo presintió, sintió que llegaba ese momento. Razón por la cual le pidió a su hijo Jorge que la lleve a visitar a su hermano José. Necesitaba despedir a su familia en Aguada de Guerra.
Jorge la llevó. Allí paso 12 días, despidiendo a su tierra, a su gente, a su historia inextinguible.
Sus hijos, por creencias personales le habían adelantado que no sería velada y su cuerpo cremado, cuando llegara el momento de despedirse. Petrona compartió la decisión familiar, con la sola condición de que sus cenizas fueran esparcidas donde nunca se había marchado: Aguada de Guerra.
Cuando llegó el momento, las cosas fueron muy diferentes. Una multitud se acercó para acompañar el dolor familiar, por tanto sus hijos decidieron aceptar las muestras de afecto y el acompañamiento de las familias de la Villa Linch, durante el velorio cristiano.
Tras ello, en honor a su pedido, su hijo Jorge llevó sus cenizas a la línea sur. No fue fácil. Juntó todo el valor que se requiere para un momento así, con el dolor aún pujante. Un viaje de 400 km para cumplir el último deseo de madre. Dicen en el pueblo que llegó en silencio, buscó el lugar que su madre le había contado y con los dientes apretujados, lanzó al aire sus restos.
Hoy, Petrona se remonta en un remolino, surcando los cerros sureños, abrazando los chivitos, abrazando infinitamente su pago.
“Cuándo me muera, llévame a mi tierra”.
Foto: Petrona Maria Cuya, pobladora de Aguada de Guerra.
Con respeto y admiración.