El escritor, Marcelo Valerio (*), comparte su sección dominical en nuestro portal, con dos historias de amor de la región sur de Rio Negro. Ambos, basados en su aguda observación histórica, cultural de la población originaria.
Relato N° 1: Las dos venganzas.
Corrían las primeras décadas del siglo XX…y en la línea sur rionegrina las distancias, la falta de medios de comunicación, de caminos adecuados y muchas veces la falta de justicia, hacían difícil la vida de quienes allí se habitaban. También condiciones muy propicias para el cuatrerismo y los bandidos. Las situaciones de conflicto ante la lejanía de instituciones del estado, se resolvían entre los afectados si era preciso por la fuerza, mediante la violencia en todas sus manifestaciones,
Así en los distintos parajes y pueblitos en general la ley llegaba usualmente tarde, la injusticia y la fuerza eran moneda corriente, y muchas disputas por animales, tierras, cuestiones familiares o pasionales, finalizaban en hechos de sangre. Los duelos criollos a cuchillo, eran una práctica habitual de resolver esas diferencias, y la zona de Comallo, no escapaba a esta realidad.
Según cuentan, en las cercanías del hoy puente de hierro, sobre el arroyo Comallo, camino a Cañadón Chileno, un vecino encontró una mañana, un cuerpo sin vida tirado en la orilla. Dio aviso al Comisario del pueblo, quien salió con una partida para iniciar las investigaciones de rigor. Allí se comprobó que el muerto era Don Saturnino H. un vecino conocido del paraje Aguada del Zorro, que aparentemente había muerto producto de una certera cuchillada en el corazón, no se percibían rastros de pelea o intento de defensa alguno. No le faltaba nada, ni el cuchillo, ni unos pesos que guardaba en la tabaquera de choique, ni su caballo que andaba por ahí nomás.
El Jefe del destacamento policial ordenó trasladar a la comisaria el cuerpo, avisar a la familia y esperar la llegada del forense que viajaría al otro día desde Bariloche. El médico confirmó, al otro día, el deceso producto de una certera herida de arma blanca en el corazón, sin hallar otras marcas o heridas visibles. Estaban ante un asesinato.
El comisario dirigió personalmente las investigaciones, supo que el muerto era un vecino bien considerado, que no tenía antecedente alguno, ni problemas con nadie, bien plantado, criollazo y prolijo. Que viajaba regularmente al pueblo, compraba algunos vicios tomaba unas copas, y regresaba a su rancho. No se observaba motivo específico alguno, no fue un robo, no tenía enemigos acreditados, la pesquisa se inclinó entonces, por un ataque casual de un bandolero, que huyo ante la presencia o cercanía de un vecino sin terminar de robar.
En el informe que preparaba para despachar a la superioridad, el jefe policial concluyó que habría muy pocas posibilidades de esclarecer aquella muerte, recomendaba archivarla, ya que seguro se convertiría en otra más de los impunes delitos producidos por bandidos de paso.
Un joven agente recién llegado al destacamento observando minuciosamente el cuerpo antes que lo retirara la familia, noto los puños fuertemente apretados del difunto y creyó notar algo en una de sus manos. Solicito ayuda al Sargento para investigar que había allí y forcejando lograron extraer del puño del muerto, un pañuelo blanco con finos encajes. Este pañuelo tenía prolijamente bordadas dos letras, F Z en hilo rojo, iniciales que no coincidían con las de Don Saturnino y nada tenían que ver con sus familiares.
Podría tratarse entonces de un crimen pasional. Todo cerraba, una certera puñalada sin aviso que no permitió defensa alguna, explica que conocía al asesino, la ausencia de robo, indica que era otro el motivo, y un pañuelo cuyas iniciales parecían no tener que ver con nadie de la familia del occiso ayudaban a cerrar el caso.
Los dos corrieron al rancho del Comisario, para dar aviso antes de que envíe el informe. El Jefe desde el alero, escucho sin inmutarse las novedades del agente. Este le mostro el pañuelo encontrado en el puño del muerto y comenzó a explicar que podrían estar a punto de resolver el asesinato de Don Saturnino, que ubicando a la dama cuyo nombre coincidiera con esas iniciales, llegarían al asesino, y este creía, podría ser su marido. El sargento que mientras tanto, buscaba nombres en el padrón femenino, grito – la encontré, la encontré- y con su dedo índice fue indicando al agente el renglón. Había solo una mujer con esas iniciales en veinte leguas a la redonda y era del pueblo, tenía como domicilio…el mismo destacamento…Doña Filomena.
Cuando levantaron la vista aún sorprendidos, advirtieron al asesino montando presuroso en su alazán, y entonces…solo entonces oyeron el llanto desgarrador de la mujer del comisario, en el patio.
Relato N°2. La tropilla fantasma
Quiso averiguar, investigar que había detrás del relato fantástico de una tropilla fantasmal que recorría por las noches galopando distintos lugares del sur. En distintas regiones de la Patagonia de norte a sur, existe ésta fábula, una tradición que enigmáticamente recorre desde las estepas de Tierra del Fuego, hasta la región de los volcanes en el norte de la Patagonia neuquina. Está presente en casi todas las señaladas y fogones. Relatan que se escucha muy claro ese fantástico tropel, pero nunca queda rastro alguno. La versión más difundida sostiene que se trata de una tropilla de un pelo, caballos negros, incansables, animales fabulosos, de largas colas que buscando desesperados a sus antiguos dueños mapuches, van de un paraje a otro, por muchos caminos, recorriendo en una noche cientos de kilómetros, dicen escuchando su galopar por Pilcaniyeu, Comallo y Aguada de Guerra en la misma madrugada. Pero lo cierto es que en realidad, nadie los ha visto, y no son tantos quienes los escucharon.
En un viaje a la zona de Mamuell Choique, una abuelita muy anciana le confeso una tardecita de agosto hace años, que ella conocía la verdad sobre esos supuestos galopes que llaman tropilla fantasma.
Ante su asombro narró, que ese fenómeno solo se da en algunas noches de invierno, cuando el silencio y la soledad se hacen insoportables, allí los corazones de quienes han guardado amores prohibidos no resisten más, y se escapan del cuerpo para visitarlos.
Cuando muchos combinan, es tan fuerte e intenso el latir en esa profunda quietud -decía la abuela- que lo confunden con ese galope misterioso.
Incrédulo le pregunto ¿Dónde escucho eso? ¿Cómo lo sabía? Porque me sucedió- respondió sonrojada mientras le alcanzaba el último mate con los ojos brillantes- Si Ud. supiera la de corazones que no pueden amar a quien pretenden, la soledad que los rodea cuando solo pueden compartir el secreto de ese amor…con el creador, cuando no quedan más suspiros ni ilusiones…cuando noche a noche se lucha para intentar sujetar el corazón en el pecho para que no escape…no se asombraría. La respuesta siempre estuvo en nuestro interior, ahí la encontré – culmino la abuela.
Pasaron los años y los relatos de la tropilla fantasma continuaban, pero él, cada vez que por las noches creyó escuchar un ruido similar, un distante retumbar, recordaba el relato de la anciana y sentía una inexplicable melancolía. Alguien sufría desesperadamente por amor en la más absoluta soledad, luchando noche a noche por remover sentimientos de su almohada, que quizás ya habían anidado definitivamente en su corazón.
(*)Profesor de Historia, Músico, Escritor.