Marcelo Valerio (*), comparte dos obras literarias con choiquenet, publicadas en su libro “Historias y relatos de la Patagonia”, año 2012, extraídas de un bagaje de recuerdos y vivencias, durante su estadía como docente en la región sur. Valerio, un apasionado de la región, nos cuenta desde su mirada, dos historias basadas en hechos reales.
Relato N° 1: Antiqueo, el caminante.
Su vida era el recorrido, su vida era caminar invariablemente la Línea Sur Rionegrina, del mar a la cordillera, o al revés. Arrancaba desde Viedma o Bariloche, pasaba por Aguada de Guerra, Comallo, Clemente Onelli, o Ramos Mexia, tampoco le importaba mucho.
Antiqueo, el caminante, vivía en el calle, en la ruta para ser más preciso, dormía en donde lo encontraba la noche, en una alcantarilla, en una cueva, en un puente, en un corral, entre las jarillas.
Sus mínimas pertenencias entraban en una bolsa de nylon negro, todo lo que necesitaba para vivir estaba allí. Cambiaba su ropa cuando no daba para más, a excepción de un capote marrón oscuro largo de tela gruesa que le llegaba más abajo de las rodillas, y un gorro del ejército verde, con visera que decía era regalo de un capitán. Saludaba tocando la visera con fingido gesto marcial.
Era relativamente alto y delgado, ojos negros y vivaces, tenía un bigote incipiente que nunca terminaba de afianzarse, como él y sus recorridos.
Los recuerdos de su pasado se simplificaban en una foto de su madre y una estampita antigua gastada de la virgen que contaba, ella le había regalado alguna vez.
Conocía cada familia y pueblo de la región, cada estudiante y persona que se iba o llegaba. Seguro si alguien de la Línea Sur lee este relato, lo recuerda, su flaca figura recortada en el camino, andando entre el polvo y el viento patagónico, que se empeñaban en hacerle compañía.
Caminaba invierno y verano, de un lugar al otro de la meseta conversando solo, yendo y viniendo pendularmente desde los Andes al Atlántico infinidad de veces, como buscando o persiguiendo por allí en el desierto, rastros, recuerdos, de algo o alguien que nunca encontró, viajaba como presuroso, atrás de sus fantasmas.
Algunos muchachones, muy aburridos en las veredas, decían que era loco. Los pibes y los estudiantes del pueblo igual de pobres que Antiqueo, pero un mucho más lúcidos, lo entendían y a su modo creían que era libre, porque ellos sabían, algo que el caminante ignoraba, que para encontrar la vida por allí, en la Línea Sur, muchos tenían que salir irremediablemente a buscarla, porque que ella generalmente no venía, si solo estabas esperándola, por ahí en recodo o esquina del destino.
Relato N° 2: El Nuco.
Sandro siempre quiso aprender a tocar la guitarra, pero en realidad solo lo soñaba, no podía, plata no había para comprar una, y es difícil o imposible tocar la guitarra, sin guitarra.
Termino el secundario y como hacen los chicos de allá, no le falto coraje para correr detrás de la melodía de sus sueños. Viajo a Fiske Menuco y se inscribió en el IUPA, en el Instituto Superior de Música. Por años no supimos más de él, hasta que una mañana un grupo de excombatientes de Malvinas llegó al pueblito, con ayuda solidaria para los chicos, y con él como músico invitado.
Nos contó que la paso mal, que se ponía dura la cosa, pero que no aflojó, confesó que volvió además, porque tenía que rendir una de sus últimas materias, y debía perder el pánico escénico aprender a dominar los nervios, a tocar en público, ya que la última materia de la carrera se aprobaba con un concierto.
Se armo entonces de boca en boca invitación, para escuchar tocar “al nuco”, se preparó entonces colectivamente, el más insólito concierto en ese lugar de la Patagonia, donde pocos o nadie había asistido nunca a un concierto, ceremonia, extraña para perder el miedo.
Esa tardecita, los vecinos fueron llegando despacio, a caballo, con sus perros, con muchos niños, al gimnasio municipal, y ante casi todo el pueblo, Sandro, subió al escenario. Los aplausos y los gritos de los amigos de la secundaria y vecinos, sonaron fuerte, entre los ladridos de los perros nerviosos.
Sandro sonrió y saludo con la mano, saco lento su guitarra y la abrazo. Sus dedos bailaron como alucinados sobre las cuerdas, que contaban enamoradas una historia que todos comprendieron, y la melodía invitó a reír y llorar, y los transportó del silencio más intenso al aplauso más urgente. Los ecos de sus canciones acompañaron a muchos hasta la madrugada.
Y así por varias noches esas cuerdas y esos dedos trajeron al mundo a Comallo, y Sandro los invito cada noche a ir más lejos, a recorrer primero la región, el país, luego la patria grande con sus ritmos y sones, y al final cruzaron los océanos a lejanos continentes.
Todos asistieron religiosamente, durante casi una semana, a esos conciertos, y sabían allí, desde el primer día, que Sandro aprobaría su examen, porque según cuentan unas abuelas muy conocedoras por allí, el viento dejaba de soplar cuando el tocaba, dicen celoso por las melodías asombrosas de la guitarra. Sandro pudo superar su miedo escénico, los vecinos pudieron viajar y se emocionaron con sus melodías.
Hoy muchos de los ayer niños que asistían a esos conciertos, le preguntan al profesor de música en el CEM 26 si sabe algo de esa “contada”, el profe sonríe mientras saca despacio su guitarra y detiene el viento.
(*)Profesor de Historia, Músico y Escritor.